La banda que asesinó a Mónica Spear y Thomas Berry y que dejó en la orfandad a la pequeña Maya tenía cuatro años operando en la autopista Valencia-Puerto Cabello. Su guarida era un barrio de invasión cercano a esa vialidad. Su jefe tenía más de una década entrando y saliendo de cárceles y tribunales. ¿Por qué nadie los detuvo antes, si todas las autoridades sabían quiénes eran, donde estaban y que hacían? ¿De qué proceso de descomposición es consecuencia esta terrible realidad? ¡Esa es la historia completa que debe ser contada, enfrentada y resuelta!
Transitando en horas de la noche por una autopista sin peajes, sin puntos de control de los cuerpos de seguridad sin patrullaje, sin servicio público de asistencia a emergencias, sin alumbrado y sin mantenimiento, el vehículo en que se desplazan Mónica, Thomas y Maya cae en un hueco y se destroza un caucho. Tras media hora de angustia, aparece una grúa –privada-. Sus tripulantes, chofer y ayudante, auxilian a la familia en problemas y colocan el carro accidentado en la plataforma de la unidad de remolque.
De la oscuridad surge entonces un vehículo atestado de delincuentes fuertemente armados, prestos a asaltar a los accidentados y a quienes pretendían socorrerlos. Los “grueros” escapan lanzándose por la cuneta de la autopista. Los ocupantes del vehículo se trancan en su interior. Los delincuentes proceden entonces a acribillar a balazos el carro con la familia adentro, asesinando a los padres e hiriendo a la niña, a la que también dieron por muerta. Luego, con frialdad, saquearon sus pertenencias…
El contexto
En los escasos 12 días que han transcurrido de este 2014 que tan terriblemente empieza ya han ingresado por muerte violenta más de 100 cadáveres en la Morgue de Bello Monte. Según el Observatorio Venezolano de la Violencia (organización no gubernamental integrada por centros de investigación y profesionales de seis universidades nacionales) durante todo el año 2013 el número de víctimas de muerte violenta en nuestro país alcanza la espantosa cifra de 24.763. Es decir, para los venezolanos la horrenda tragedia ocurrida en la autopista Puerto Cabello-Valencia es algo desgraciadamente cotidiano.
Con muchísima menos población que Colombia, México o Irak, Venezuela tiene mucho más muertes violentas que esos países envueltos en duros conflictos armados, lo que convierte a nuestra nación en una “potencia” en crimen sin castigo, uno de los cinco países más peligrosos del mundo. No para allí el drama: Según Fundaprocura, 83% de las muertes violentas ocurridas en nuestro país son por arma de fuego. También según esa institución, por cada víctima fatal de arma de fuego sobrevive un promedio de tres heridos, y de ese total de heridos al menos la mitad queda padeciendo una discapacidad severa, lo que impacta a la familia entera. Según todas las encuestas de victimización realizadas en el país, tanto por el sector oficial como por organizaciones no gubernamentales, siete de cada diez víctimas del hampa homicida caen en los barrios. Esas víctimas en su mayoría son varones, jóvenes, y pobres…
El origen
La violencia genera violencia. Nuestro país vive desde hace 30 años una situación de violencia social y económica que en los últimos catorce se ha agravado hasta llegar al infierno que es hoy. En las primeras décadas de la democracia la mejora económica de los pobres y la movilidad social ascendente no eran un sueño individual o una consigna política, sino una realidad vivida por centenares de miles de familias que huyendo de las enfermedades y del desempleo se vinieron del campo a las ciudades. Sabían que trabajando duro podían lograr que al menos uno de sus hijos se graduara en la universidad, y eso significaba para toda la familia la conquista de un modo de vida mejor y sostenible.
Tres políticas públicas de la naciente democracia fueron claves entonces para hacer posible ese sueño: la política educativa, que MASIFICÓ CON CALIDAD la matrícula universitaria, la política de SUSTITUCION DE IMPORTACIONES que creó los parques industriales venezolanos, y la política petrolera nacionalista (creación de la CVP y la OPEP, etc.), que dotó al país de recursos. Así, usando estudio y trabajo como instrumentos para construir una vida mejor en el marco de un país que apoyaba ese empeño, fue como muchísimas familias pobres dejaron de serlo y crearon lo que ahora es la clase media venezolana. El barrio entonces era un espacio de esperanza, y la violencia criminal una excepción.
La crisis
En los años 70 una inesperada bonanza petrolera (más modesta y breve, todo hay que decirlo, que la disfrutada por la actual cúpula en el poder) intoxica al país. Estado y sociedad se hacen adictos al rentismo petrolero, y cuando bajan los precios internacionales del crudo viene la crisis. El país se tranca. La inflación aparece. La máquina social ya no funciona. Mientras élites de diverso signo saquean las carnosas sobras del antiguo esplendor, el progreso como posibilidad real se aleja de los más pobres. La lucha por la vida dificulta el estudio, que además ya no es garantía de empleo de calidad, pues éste disminuye y se multiplica la informalidad.
El viernes negro del 83 muestra al país la punta del iceberg de la crisis económica, el Caracazo del 89 revela la cara de la crisis social y las sangrientas intentonas golpistas del 92 exhiben la profundidad de la crisis política. Es ese país desconcertado el que cae en 1998 en manos del proyecto político chavista. Un país en el que los barrios, antes lugar de esperanza, se transforman en un espacio de sobrevivencia cada vez más precaria, y la violencia criminal ya no es una excepción sino un problema severo.
El desastre
Hoy, 15 años después, todos los problemas que tenía la Venezuela de 1998 (corrupción, ineficiencia, desamor de la clase dirigente por el país), persisten, agravados por el cinismo. Pero lo bueno que había entonces ya no lo tenemos: redes de servicio público (electricidad, agua, aseo urbano) quizá insuficientes pero funcionales; cárceles en que los reclusos peleaban con “chuzos”, no con ametralladoras; hospitales con carencias pero aun centros de referencia nacional e internacional. A los pobres ya no se nos apoya para salir de la miseria. En vez de eso se nos dice que “ser rico es malo”, y toda la política social del Estado se orienta no a superar la pobreza, sino a hacerla “vivible”. Los parques industriales ahora son cementerios industriales.
Ahora hay universidades no del país sino “del gobierno” donde se enseña sumisión y se confieren títulos que sirven de muy poco en la economía real. Los lugares donde antes funcionaban empresas que generaban empleo de calidad ahora son refugios de damnificados o nidos de delincuentes. Los barrios ahora son una olla de presión social, en la que una mayoría honesta es víctima, rehén y “escudo humano” de una minoría delincuencial ínfima, pero armada y –por “apoyada”- impune. De un barrio así, de un país así, de una “revolución” así salieron, esa noche del lunes 6 de enero, los asesinos de Mónica Spear y Thomas Berry. Esa es la historia completa. Esa es la realidad que hay que enfrentar y resolver. ¡Y claro que se puede!
Fuente: Chuo Torrealba
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