Sunday, July 15, 2007

Mutatis mutandi

La globofobia

ALONSO MOLEIRO

“No es el pensamiento: es la realidad la que es única”, le habría respondido Alain Minc al charlatán Ignacio Ramonet.

Las telecomunicaciones y la informática se expanden y todos los días crean versiones fractales de la realidad. Con ellas todos estamos interconectados: infopistas, chat, celulares con mensajes de texto, servicios de cable, televisores interactivos, iphones, toda suerte de adminículos portátiles que le hacen más difícil el trabajo a las ridículas cruzadas moralizadoras de la censura. Especialmente la empeñada en que todos seamos “nuevos”.

Un fenómeno irreversible destinado a que nos apropiemos del mundo. A fomentar el conocimiento y a incrementar el intercambio cultural. Un trueque en el cual nadie pierde. Las versiones posmodernas de la izquierda clásica, como ésta que padecemos en Venezuela, parecen tener claro que tienen que obrar sobre una realidad que no conoce regreso. Por eso han creado Telesur: un canal que es una audaz respuesta para librar la “batalla ideológica” que tanto pregonan, en el cual el intercambio se produce liberados de la tentación de colocarle un teipe en la boca a quienes opinan diferente.

Este único dato, por cierto, es suficiente para tomar nota de la decrepitud y el absoluto fracaso de lo que queda de revolución cubana. Una nación que tiene una dirigencia que, así como se autoproclama “progresista”, tiene dominios enteros de Internet vedados para sus ciudadanos con el expreso objetivo de defenderse de la realidad. Un país en el cual probablemente todavía no se sabe qué es un iphone.

La globalización como fenómeno, es cierto, presenta un pasivo gravísimo en la relación entre los países pobres y los ricos, en la promoción universal del progreso y en la estandarización de los valores que ha hecho suyo el mundo civilizado.

Asimetrías que dejan muy mal parados a los organismos multilaterales, a la dirigencia del mundo desarrollado, a los líderes del tercer mundo, y a ese infuso y precario brebaje que ha resultado ser la ciencia económica.

El quehacer cultural, sin embargo, encuentra en la globalización una de sus caras más amables. He escuchado de boca de ciertos académicos desvencijados que, paradójicamente, se asumen de izquierda, un pánico monacal hacia cualquier esbozo de apertura: la mundialización nos pondrá a todos a comer hamburguesas y a beber Coca Cola como uno autómatas.

A continuación nos olvidaremos de nuestras raíces.

Quien suscribe estas líneas puede atestiguar que pudo probar comida sudanesa en Barcelona, gracias, en parte, al intercambio planetario que hoy se gesta.

Global es la invasión de las técnicas orientales de meditación para consolar espíritus estresados; el estallido de los kebbabs turcos en Europa; el yoga; los mantras krishnas en la música de George Harrison y Sai Baba, un fenómeno sacramental casi universal.

Son globales el rock en español; los majicaris, la astrología, la moda de la salsa en ciudades suecas; el flamenco pop; el drum and bass; el reeaggamuffin, el hip-hop y otras modalidades populares de protesta; la World Music de Peter Gabriel. La invasión de productos tailandeses y vietnamitas en los anaqueles europeos, las fusiones electrónicas y folclóricas; la literatura de Coetzee; el sushi.

Fenómenos planetarios destinados a contrarrestar el virus opuesto al global que es el tribal: hutus y tutsis; Al-qaeda; musulmanes y serbios; la ETA, las FARC; el maoísmo; Sendero Luminoso, los Paramilitares colombianos. Matar en nombre de la ideología y la tradición.

El autoctonismo, el autarquismo, el nacionalismo fanático.

La tentación medieval, laica o religiosa, empeñada en forjar una presunta elevación moral forzando conductas e imponiendo la censura.

Tal Cual Digital

No comments: